viernes, 20 de febrero de 2009

"No basta abrir la ventana" Alberto Caeiro

Alberto Caeiro (autor de este poema) es uno de los heterónimos de Fernando Pessoa. Ricardo Reis, Alvaro de Campos y Bernardo Soares son otros de los nombres que usó Fernando Pessoa para crear una obra literaria paralela a la suya.

No basta abrir la ventana
para ver los campos y el río.
No es suficiente no ser ciego
para ver los árboles y las flores.
Tambien es necesario no tener ninguna filosofia.
Con filosofía no hay árboles: no hay más que ideas.
Sólo hay cómo una cueva cada uno de nosotros.
Hay sólo una ventana cerrada, y todo el mundo fuera;
y un sueño de lo que podría ser si la ventana se abriese,
que nunca es lo que ve cuando se abre la ventana.

lunes, 16 de febrero de 2009

"El premio" Carlos De Bella

Hacía años que escribía en el mismo bar. Casi religiosamente llegaba por las tardes con su block y sus lápices. Ocupaba la misma mesa junto a la ventana porque nadie que llegara antes hubiera osado hacerlo. Por otro lado, eran escasos los parroquianos del bar tradicional en estas épocas de neones y diseños futuristas. El dueño, gallego, de aquellos que después de cuarenta años continuaba manteniendo el acento, decía que luego de su muerte cerraría el bar pero que su fantasma se ocuparía de bajar por ultima vez la cortina. Lo único que se modificaba en el local era el personal, mejor dicho el único mozo que atendía todo. Estos eran jóvenes que cuando ubicaban otro lugar mas frecuentado emigraban, aquí las propinas eran escasas. El escritor se llamaba Juan. Entraba, daba la mano al gallego, comentaba el tiempo y ocupaba su lugar. El mozo de turno se acerca.- Buenas tardes Don Juan, ¿qué le sirvo?.- Lo de siempre Emilio, lo de siempre. Este último mozo se llamaba Emilio. Sentarse a esa mesa tenía sus ventajas, era la que recibía mejor luz, en verano entraba por la ventana abierta una brisa, en invierno por más de una hora recibía un poco de tibio sol. Además estaba el árbol, allí en la vereda. Añoso casi como él, quizás un poco vencido, ¡bueno, tantos años!. El escritor lo sentía como su alter ego vegetal. El árbol daba aún escasas flores; el escritor producía aun algunos buenos relatos. Ahora hace tiempo, ¿meses?, estaba escribiendo una novela. Todavía no tenía título, pero versaba sobre anfibios. Era un obsesivo de las formas, rehacía una y otra vez la frase, siempre había escrito así. Ora quitaba un adjetivo ora lo volvía a colocar, quizás reemplazaba por otro más afortunado.- ¿Lo de siempre Don Juan?- Sí Emilio, lo de siempre. Con las puntuaciones ocurría lo mismo, las comas iban y venían y en esa mazurca, claro, arrastraban las palabras y cambiaban los sentidos. Así todo recomenzaba. Ni decir que ocurría con los puntos, las comillas y guiones, las benditas punto y coma, ¡siempre tan dubitativas!, Que sí, que no, ¡Ay! .El gallego prendía las luces solo cuando era necesario, o sea cuando la naturaleza dejaba de hacerlo. El escritor siempre tuvo buena vista, jamás necesitó de anteojos. Emilio sí usaba, pequeños, de montura de metal, le daban un aire lejanamente intelectual. Esa tarde que los clientes eran escasos, tal vez de aburrido, estaba parado a prudencial distancia de la única mesa ocupada y miraba cómo se producía la magia negro sobre blanco. Respetuosamente, muy respetuosamente. Los vaivenes del proceso creativo producían sus cadáveres, sus detritos, sus marginaciones.Como jamás tachaba (no se hubiera permitido esa desprolijidad), ni usaba goma para excluir una palabra, hubo veces que la hoja del pequeño block era doblada prolijamente en cuatro y una nueva cuartilla retomaba la idea, pero purificada. La excomulgada era aprisionada por el cenicero que se usaba para este fin. Había otras exclusiones invisibles, aquel vocablo impropio, la interjección que no cuajaba, la frase entera que no formaba parte del conjunto destacándose obscenamente como si estuviera desnuda, ideas que no llegaban a escribirse pero eran desechadas, así se iban amontonando al costado de la mesa, pendían como glicinas colgadas de sus patas, quizás resbalaban por el borde la ventana y alguna, ¡infeliz!, era barrida por una ráfaga y se enredaba en la vereda con las hojas del otoño.- ¡Hasta mañana, Don Juan!.Ese mes de agosto trajo los fríos de la desesperanza, junto con ellos llegó una bronquitis y con ésta un involuntario retiro creativo. ¡Que pena!. Ya estaba terminando la novela. Ya estaba seguro del titulo.Esa noche hubo un fuerte temporal, tanto que algunos árboles perecieron y cayeron desgajados. Eran signos. Días después, una mañana fría pero de sol tímido se animo a salir hasta el bar. Se sentó como siempre a su mesa. Puso sobre ella su block, sus lápices y esbozó una sonrisa tierna. A su espalda oyó la voz conocida.- ¡Hombre!, Me alegro de verle. ¿Qué le sirvo? ¿Lo de siempre? Giró la cabeza y vio al gallego que salía de los baños secándose las manos.- Sí, lo de siempre. La taza de café se acercaba, humeaba como deben de hacerlo las puertas del infierno. El gallego la deposita sobre la mesa con delicadeza, como si fuera un cáliz.- ¿Por qué esta Usted. sirviendo? ¿Y Emilio?.- Ya no trabaja aquí. Que ha ganado un premio de literatura y se ha ido a España. Le he dicho que vaya a visitar mi pueblo. ¿Sabia Usted. que era escritor?

"Los actores no mueren" Gustavo Cerrini


Convocado por su propio libro: "De terremotos vuelos y mareas" desde un títere o escondido en la falda de una guitarra aparece, sólo aparece Gustavo Cerrini -actor y poeta- para abrazarnos...


Los actores no mueren... se van a los títeres. Y los padres no mueren... se van a las estrellas. Nos guiñan desde el cielo chileno o se muestran desnudos corporizándóse en Venus para iluminar la noche y llamar a los aplausos. Los actores como los padres aparecen, sólo aparecen. En el momento justo. Sólo aparecen. Para cambiar la historia, para inflarnos el alma, para curarnos la fiebre, para putear a la duda y abruptamente aniquilarla. Aparecen. Sólo aparecen. Para ordenarnos que miremos al sol y que le hagamos la venia al mar, en su incontenible marcha. Los actores no mueren..., a los sumo se esconden en las faldas de una guitarra.

Y los padres no mueren... se entremezclan en la inmensidad de cualquier palabra.

Ellos sólo saben aparecer, siempre aparecen en los espejos, en nuestros ojos, en las mesas de los bares, en el recorrido de un chorro de vino que llega impulsado por la fuerza de una jarra.

No mueren, ni los matan. Aparecen vestidos de frac, de arpilleras, con sombrero, en alpargatas, con sus dientes blancos, con sus mentes sanas, con sus manos duras, con sus inmaculadas ganas.

Aparecen con la sóla intención de besarnos la frente y empujarnos desde las espaldas.

Los actores y los padres no mueren, nos abrazan.

jueves, 5 de febrero de 2009

"El desamparo" (Fragmento) Gustavo A. Ferreyra

Había notado ya, que carecía de la astucia necesaria para quedar en situación ventajosa con respecto a médicos de igual categoría y enfermeros. Se encontraba con que, casi sin que él se percatase de cómo sucedía, los otros se granjeaban la tarea más cómoda. Por lo que él se veía reducido a una situación en la que, si quería revertirla, debía forzar las cosas de manera harto desagradable; y no le quedaba más remedio entonces que aceptar la tarea que le "tocaba en suerte". Y lo que más inquina le daba era la naturalidad con que los otros lograban su objetivo, por lo cual todo parecía casual e involuntario. Él era tan lento de reflejos, tan temeroso de actuar sin pensar, que cuando quería hablar se daba cuenta de que sus palabras iban a desnudar por entero un burdo intento de sacar ventajas. Y él no podía entender como era que el egoísmo de los otros era poco menos que invisible y el suyo hubiera sido tan manifiesto.


(La fotografía es gentileza de Fernando Vazquez)