viernes, 6 de octubre de 2017

Leonel Pirosanto


Sí, lo rocé con el hombro, se cayó y se hizo mierda -dije-; mamá miraba desde el sillón, entreverada en la oscuridad del comedor, sonriendo con los ojos.
-Ahora, a bancarse los siete años de mala suerte- y eché una risa de dos sílabas torciendo la boca a lo Sean Connery, suponiendo que ella me veía hermoso. Le pregunté si quería un té y asintió con la cabeza.
En la cocina, esperando la rebelión del agua sobre el fuego, un temor desconocido, un vértigo infantil, una duda agobiante... todo se mezcló en una detención brusca de mí mismo. Como si despertara, encaré hacia el comedor con la taza dibujando dos líneas de vapor en la penumbra; iba resuelto a inclinarme sobre el sillón de mimbre y a guardarme ese olorperfume irrepetible y abrazarla y apretarla demasiado -yo lo hacía como un juego- hasta que soltara una carcajadita adolorida-, a sentir el roce del pelo un poco crespo en mi cara y si me animaba, hasta le iba a decir "te quiero" arrastrando las letras como un bobo.

Pero ya no estaba. Se había ido con el vapor del té.

1 comentario:

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